jueves, 25 de mayo de 2017

LOS PACTOS DE LA MONCLOA. UN PRINCIPIO DE SOLUCIÓN.

* Publicado por La Nueva Provincia

Una vez más el gobierno De la Rúa pretende llamar a una suerte de convocatoria al dialogo, que aparece más grandilocuente en su enunciado que lo que realmente encierra, ya que entre otros aspectos no existe una idea definida sobre que es lo que se debe consensuar a los efectos de definir el protagonismo de la Argentina para los próximos años. Si recorremos las últimas décadas, encontraremos todo tipo de iniciativas, desde la rimbombante multipartidaria, hasta las modestas reuniones sectoriales, pasando por los “grandes acuerdos nacionales”.
Al hilo de lo anterior, se observa que recurrentemente está presente en el comentario de la dirigencia argentina, la celebración del Pacto de la Moncloa que tuvo lugar en la empobrecida y aldeana España de 1977. Lo triste es que quienes los invocan, no pasan de ello, de un comentario que ni siquiera llega a la categoría de una expresión deseo. Y es que los pactos de la Moncloa comprometieron fuertemente a la estructura política y aquí eso aún no ha madurado. Cada vez que escucho hablar sobre el tema no puedo dejar de valorar dos asuntos: primero, existe un gran desconocimiento del contexto institucional en el que se realizaron los pactos; y en segundo lugar, observo una absoluta falta de voluntad para llevar a cabo en el país alguna suerte de coincidencia o similitud como la demostrada por la dirigencia española. Para entender mejor lo ocurrido en la España de 1977-78 y su posible extrapolación a la actualidad política Argentina es preciso realizar algunos comentarios.
Los Pactos de la Moncloa consistieron en un acuerdo entre todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria -y que contaron con el apoyo de sindicatos y empresarios- que tenían como finalidad arreglar la alarmante situación económica que en 1977 era explosiva. Ello llevaba a la necesidad de elaborar una solución que pusiera de acuerdo a todo el arco parlamentario, aplicando en este sentido una "política de concentración", no sólo sobre temas económicos, sino también jurídicos y políticos
Debo alertar que visto hoy desde la realidad argentina la “situación económica explosiva” a la que me he referido respecto de España, la misma era relativa al resto de los países europeos, ya que si se la compara con la actual situación argentina 2001, aquello era un lecho de rosas.

Enrique Fuentes Quintana se encargó de la redacción del documento base, quien cuando lo presentó al parlamento, resucitó una célebre expresión de un político republicano de 1932: «O los demócratas acaban con la crisis económica española o la crisis acaba con la democracia». Los Pactos fueron sin duda una solución para la emergencia, pero fundamentalmente, un entrenamiento para la discusión trascendental que significó la redacción del proyecto de país, cuestión que se plasmó en la redacción de su Constitución.
Pero lo sustancial es que los Pactos de Moncloa se realizaron dentro de un marco más amplio que era la redacción de la Constitución que daría origen al actual Estado Social y Democrático de Derecho. Si bien las Cortes elegidas en septiembre de 1977 no tenían el carácter de Constituyentes, rápidamente observaron tal necesidad y comenzó a gestarse un proyecto de país que surgió de una ponencia formada por siete parlamentarios -dos progresistas y cinco conservadores- que entre agosto y diciembre de 1977 elaboraron un anteproyecto que presentaron en enero de 1978 a los grupos parlamentarios.
Éstos propusieron sus enmiendas a la ponencia y entregaron el trabajo realizado en abril de 1978 a una Comisión del Congreso.
Los debates en el Pleno del Congreso se desarrollaron entre el 1 y el 24 de julio, en el Senado y en la Comisión Mixta, que dieron lugar al texto que fue presentado a los ciudadanos en referéndum el 6 de diciembre de 1978.
El texto fue aprobado el 31 de agosto de 1978 en el Congreso con las abstenciones, entre otros, del Partido Nacionalista Vasco.
El 6 de diciembre de 1978 el pueblo español aprobó el texto a través de un referéndum.  Nació así la Constitución de 1978 alcanzada por consenso, un consenso eso sí, ensayado en los Pactos de la Moncloa.
No se trata aquí de comentar la Constitución Española; sólo diré dos cosas en función de mis convicciones respecto de lo que hoy se debiera debatir en nuestra Nación para la resolución de un proyecto de país: el tratamiento que recibieron los aspectos sociales y económicos, y sobre todo, la organización política y territorial del Estado. Quedará para otro artículo, el análisis de la conveniencia de adecuar nuestra Constitución a la realidad político administrativa y social que vivimos.
Si bien es cierto que extrapolar ideas y soluciones exitosas en otros países no siempre es conveniente, por el conocimiento que tengo de España y de su sociedad me atrevo a decir que no observo que existan diferencias intrínsecas fundamentales que nos invaliden como pueblo actuar con el mismo sentido de grandeza que prevaleció en la España del 78. Las diferencias en el pensamiento político de los españoles son marcadas y hasta en algunos casos profundas, basta ver que ocurre con los nacionalismos y la unidad española; pero hay algo sumamente importante, allí se reconocen límites. Las críticas entre los integrantes de la clase dirigente son furibundas; también existió corrupción política, principalmente en los primeros años de democracia, y también decir que muchos políticos y funcionarios no constituyeron precisamente un modelo virtuoso.
¿Dónde reside la diferencia entre ellos y nosotros?. Fundamentalmente en que la sociedad española privilegió por sobre toda otra consideración como mayor logro del gobierno -y más allá de las diferencias saludables en las ideas y los programas-  el intento de alcanzar la felicidad del pueblo como una meta posible e irrenunciable, y ¡vaya si lo lograron!. Además es de justicia decir que sus representantes cumplieron ajustadamente con ese mandato y los que no cumplieron, el mismo sistema los depuró.

Nosotros como sociedad aún no hemos discutido inteligentemente como lograr la felicidad, y hasta posiblemente a muchos le parecerá banal que se hable de ello, pero es la diferencia entre la grandeza y pequeñez. Si la primera se impone a la segunda, debemos ser razonablemente optimistas y pensar que podemos estar próximos a comenzar a recorrer un camino en la misma dirección que lo hiciera España en 1978. La Inteligencia resolutiva es la que no aparece. Despertarla debe ser un objetivo permanente.